Beatriz Martín del Campo, Universidad de Castilla-La Mancha
La disciplina es un mecanismo de control social que consiste en establecer normas e imponer su cumplimento. Es uno de los máximos valores en el ámbito castrense, donde el militar debe obedecer las órdenes de sus superiores.
Como verbo, disciplinar tiene tres acepciones:
Instruir en una profesión dando lecciones.
Azotar o imponer.
Hacer guardar la disciplina.
A partir de esta definición, nos preguntamos si la disciplina es un elemento necesario en la educación de niños y niñas o si, por el contrario, podemos prescindir de ella.
¿Normas o disciplina?
Los niños y niñas no necesitan la disciplina, entendida como una imposición de las normas. En los estudios clásicos sobre estilos parentales, en los que se categorizan las distintas formas de actuar en la educación de los hijos y las hijas, se ha comprobado que los estilos democráticos (incluso los indulgentes o permisivos, si hablamos de muestras españolas) son más eficaces que los estilos autoritarios y los negligentes.
Los primeros se caracterizan por una relación horizontal en la que se emplean recursos más dialógicos que disciplinarios para conseguir los hitos educativos que se propone la familia. Los segundos se basan en una relación jerárquica y de imposición de la disciplina, mientras que los permisivos no establecen ningún tipo de control sobre la conducta de las criaturas, aunque sí ofrecen contención y cariño. Por último, los estilos negligentes ni ponen normas ni ofrecen cuidados.
Lo que hace un buen hijo
Bajo un modelo autoritario, menores y adultos son definidos como buenos o malos hijos y buenos o malos padres o madres en función de su capacidad para obedecer o hacer obedecer. Esto tiene efectos evidentes en ambas partes.
En los niños y niñas, lo que pueden hacer está externamente regulado. No se fomenta la autonomía, la seguridad para tomar decisiones, la confianza en el propio criterio, ni la propia percepción de competencia. Por tanto, las funciones ejecutivas y la autoestima podrían verse afectadas.
En cuanto a las madres y los padres, el seguir un modelo autoritario supone una escasez de recursos educativos que impliquen convencer en lugar de vencer. Enseñar a resolver conflictos, razonar sobre la necesidad de respetar y ser respetados adaptándose al nivel cognitivo de la niña o el niño, enseñar a poner nombre a las emociones y a comunicarlas al otro sin violencia son estrategias de cocina lenta, que requieren de tiempo y paciencia.
Adultos obedientes o críticos
En este sentido, debemos reflexionar sobre el tipo de persona que queremos educar: una persona dirigida desde fuera, sean cuales sean las normas, o una persona que actúa de acuerdo a los valores y normas que ha interiorizado. Estas normas y valores se interiorizan a través de la participación en actividades relevantes de su grupo social y gracias a la confianza que se deposita en ellos y ellas, su capacidad de experimentar y su competencia para aprender y adaptarse al contexto.
Queremos niños callados y obedientes, pero adultos críticos y resolutivos. Quizás sean deseos incompatibles.
Reflexión en el ámbito militar
Curiosamente, esta reflexión se ha llevado a cabo en el ámbito militar en las últimas décadas, tras constatar que la auténtica eficacia de la organización está en la convicción y el compromiso de sus miembros.
Esto no puede lograrse con la mera “disciplina” externa, sino con una adecuada motivación y alineación de los valores individuales con los de la organización (y viceversa), con un liderazgo activo y que deje espacio a los individuos para expresarse y crecer.
Un militar al que solo se le acostumbra a obedecer órdenes no es capaz de desarrollar una iniciativa propia. ¿Por qué creemos, sin embargo, que puede funcionar como estilo de crianza?
¿Para que sirve la disciplina?
Conviene reflexionar sobre el objetivo que tenemos cuando imponemos la disciplina. ¿Lo hacemos porque es más fácil para nosotros o porque es mejor para los hijos? Las conocidas expresiones “es por tu bien” o “me duele más a ti que a mí” son mecanismos discursivos que justifican los aparatos represivos que usamos los adultos para controlar la conducta infantil.
La disciplina es una forma rápida de conseguir que las molestas criaturas que corren, gritan y manchan todo mientras comen dejen de hacer ruido y se sienten “como personas”. Con esto no queremos decir que las familias que siguen un modelo más autoritario solo lo hagan para que niñas y niños no molesten; este modelo puede estar arraigado en firmes convicciones morales, políticas y religiosas, incluso en esquemas de apego adquiridos durante nuestra propia infancia.
Una sociedad distinta
Antiguamente, los patriarcas y las matriarcas de las familias extensas eran una autoridad arraigada en la tradición que marcaba las normas y determinaba cómo debían hacerse las cosas. Ahora, en nuestra cultura occidental, la familia nuclear se ha independizado. Sin embargo, han surgido mecanismos de control institucional, como la escuela, la psicología, la medicina o los medios de comunicación que le dicen cómo debe de actuar y cómo debe ejercer la autoridad sobre sus hijos e hijas.
Algunos expertos han señalado que no hay ninguna prueba empírica que demuestre que estamos viviendo una época en la que predomine la permisividad en comparación con otros momentos históricos. Tampoco existen pruebas de que mimar en exceso sea perjudicial. De hecho, las investigaciones sobre la resiliencia muestran cómo el cariño y el amor son elementos que contribuyen a la salud mental y a un buen ajuste social. Los únicos modelos parentales que se han visto relacionados con dificultades en adolescencia y edad adulta han sido los autoritarios y los negligentes.
Curiosamente, se han encontrado diferencias en los estilos de crianza entre distintas clases sociales. Las familias con más ingresos prefieren educar a sus hijas e hijos para la independencia, mientras que las más pobres fomentan la obediencia, lo que podría estar relacionado con los efectos que sus futuros comportamientos pueden tener cuando llegan al mercado laboral.
Como los adultos, nuestras criaturas tienen derecho a disentir de forma argumentada y a expresar con asertividad sus deseos, emociones y pensamientos, aunque no estén alineados con los del adulto, y es bueno dejarles el suficiente espacio para aprender a valorar cuándo es conveniente obedecer y cuándo no.
Este artículo se ha escrito con la colaboración de Elisabeth Soldevila Castán, psicóloga, maestra y directora de la Escuelita de Vilanova de Bellpuig (Lérida), y de Victoria Ortiz Veiga, militar, gestora de adquisiciones públicas y estudiante del Grado de Educación Primaria.
Beatriz Martín del Campo, Profesora Titular de Universidad. Psicología Evolutiva y de la Educación., Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.