El sitio web de la UCLM utiliza cookies propias y de terceros con fines técnicos y de análisis, pero no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios. Sin embargo, puede haber enlaces a sitios web de terceros, con políticas de cookies distintas a la de la UCLM, que usted podrá aceptar o no cuando acceda a ellos.

Puede obtener más información en la Política de cookies. Aceptar

¿Es hora de dejar de usar el 'smartphone'?, por Antonio Fernández Vicente en The Conversation

16/11/2018
Compartir:  logotipo Twitter

¿Es hora de dejar de usar el 'smartphone'?, por Antonio Fernández Vicente en The Conversation

16/11/2018

Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha

En la obra de Banksy titulada Mobile Lovers, las pantallas luminosas de los smartphones distraen la atención de los amantes. El contacto físico sabe a poco, se entiende como demasiado limitado y estrecho. La fascinación por esa pantalla que unas veces promete exotismos impactantes y otras hiperconexión trivializada en cualquier lugar, nos aleja de lo cercano al mismo tiempo que nos aproxima a lo distante. Si Mario Benedetti sostenía que en el amor, “tú y yo somos más que dos”, ¿cuántos sois tú y tu smartphone?

Un artículo de la psicóloga social Jean Twenge llegaba a preguntar incluso si el smartphone ha destruido a toda una generación, la denominada iGen. Cuanto más tiempo pasan los jóvenes ante el móvil y redes sociales como Facebook, más propensos son a presentar síntomas de depresión, soledad e inmadurez psicológica.

En 2008, el escritor Nicholas Carr formulaba otra pregunta incómoda: ¿nos vuelve estúpidos Google? El mero hecho de utilizar la red ya inscribe en nuestro cerebro un modo de conocer y percibir. En lugar de la atención y la concentración, la tecnología en este caso desencadena una cultura de la superficialidad. El multitasking que propicia el smartphone empobrece aún más nuestra experiencia vital al poder conectarnos en cualquier lugar y momento: deslocaliza la distracción.

Las críticas a estos puntos de vista suelen basarse en lo que podríamos llamar retórica de los usos y costumbres. Es decir, que una tecnología en sí misma no es ni buena ni mala: todo depende del uso que le demos; es neutral.

Por lo tanto, el hecho de que el smartphone dificulte las conversaciones fluidas, merme la capacidad humana de empatizar y haga que sea insoportable estar a solas con uno mismo, es una cuestión de usos y costumbres que habría que cambiar. Todo menos parecer a ojos de los demás un tecnófobo anquilosado en el pasado. Tecnología siempre equivale a progreso humano.

Sin embargo, como sostiene la socióloga Sherry Turkle, vivimos conectados y al mismo tiempo paradójicamente aislados. Puede ser que estemos más conectados y de manera más eficiente, pero que la calidad de esas relaciones sea ínfima a causa del smartphone.

Pero todo depende de cómo se utiliza. De aprender a controlar el smartphone. ¿O no es así?

El problema de la neutralidad

El historiador de la tecnología François Jarrige señaló hace poco cómo las críticas a la tecnología deben desmarcarse de la pretendida neutralidad. Cada avance tecnológico desencadena posibles usos inexistentes hasta ese momento. Inventa sus bondades y también sus accidentes, como señalaba el filósofo Paul Virilio. El smartphone también inventa sus propios accidentes.

El famoso aforismo del teórico de los medios Marshall McLuhan aclara la cuestión: “El medio es el mensaje”. Lo que utilizamos para comunicar determina en gran medida cómo lo vamos a hacer. Y, al mismo tiempo, transforma nuestras percepciones, nuestras relaciones sociales e incluso la forma de pensar.

Un estudio de la Universidad de Texas (EE UU) llegó a la conclusión de que la mera presencia del smartphone, incluso apagado, reduce las capacidades cognitivas, pues distrae la atención y diluye la capacidad de concentración. Aunque no recibamos mensajes, de forma inconsciente destinamos parte de nuestra atención a estar alerta de recibir notificaciones, en lo que se denomina síndrome de la vibración fantasma.

Por otra parte, el smartphone ha de distinguirse de la telefonía móvil. En el primero, no es tanto la sensación de ubicuidad la que provoca adicciones y efectos perversos, sino el hecho de que ofrece conectividad a los social media.

Lo muestra un estudio de la Universidad McGill de Canadá: aquello que suscita usos desmedidos es la posibilidad de disponer de nuestras relaciones laborales, afectivas y cognitivas en la palma de la mano. De ahí problemas como el FOMO (Fear of Missing Out) o miedo a perderse algo, la Nomofobia (No Mobile Phone Phobia) o incluso el Phubbing: ignoramos a quienes están a nuestro lado para concentrarnos en el smartphone, que es una especie de ventana al infinito.

Accidentes peatonales

No es difícil chocar en la calle con individuos distraídos con las pantallas, mientras el mundo que tienen al alcance de la mano se oscurece y desaparece para ellos. Una investigación realizada en Taiwán sobre los accidentes producidos por el uso del smartphone mientras se camina llegó a la conclusión de que el dispositivo genera comportamientos antisociales, limita la atención visual y genera ansiedad crónica.

Se rebatirá: “No lo uses mientras caminas”. Pero el accidente ya está inventado: la privación sensorial mediante el filtro de lo que vemos y escuchamos.

Mención aparte merece el hecho de que el smartphone sea la herramienta perfecta para la monitorización y la vigilancia masiva, donde nuestras vidas se someten al análisis algorítmico del big data. También la constancia de que las grandes corporaciones denominadas GAFAM se lucran a medida que somos más dependientes de sus tecnologías.

Quizás a las 10 razones para borrar tus redes sociales de inmediato habría que añadir 10 razones para dejar de utilizar el smartphone.The Conversation

Antonio Fernández Vicente, Doctor en filosofía de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Volver