Víctor Raúl López Ruiz, Universidad de Castilla-La Mancha; Domingo Nevado Peña, Universidad de Castilla-La Mancha; José Luis Alfaro Navarro, Universidad de Castilla-La Mancha y Nuria Huete Alcocer, Universidad de Castilla-La Mancha
Desde el punto de vista científico, ¿qué es la calidad de vida? Sabemos que depende de cómo nos relacionamos con los otros, de nuestras capacidades sociales y digitales. También que le afecta cómo nos relacionamos con el entorno y, por tanto, cómo entendemos el desarrollo sostenible. Los resultados del Informe de Calidad de Vida y Felicidad Ciudadana 2023, publicados por el Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida (OICV), nos dejan una radiografía social con claros perfiles sobre cómo lograrla.
El concepto de calidad de vida es multidimensional. Se refiere a los aspectos que buscan el bienestar del individuo, amparado en sus relaciones sociales y en su propio yo. Esa parte social es lo que denominamos felicidad ciudadana.
Bienestar sostenible
A nivel global, la calidad de vida del ciudadano está cada vez más relacionada conceptualmente con la Agenda 2030 y, por tanto, se sostiene en los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Es esta una de las claves para entender los rankings de felicidad elaborados desde la ONU y la agenda diseñada para el futuro próximo.
Superados los retos globales de la pandemia, aún con las actuales guerras en Europa del Este y Oriente Próximo, nos dirigimos hacia una sociedad que está variando nuestro entorno, integrando tecnologías y persiguiendo la eficiencia para una vida más satisfactoria del individuo. La sostenibilidad se convierte en el pilar fundamental de un paradigma holístico para el desarrollo.
El concepto de desarrollo sostenible se alinea con los objetivos de las ciudades y áreas rurales inteligentes. Esto implica la mejora de la calidad de vida como objetivo de desarrollo, la consideración de límites ambientales como objetivo sostenible y la inversión en tecnologías que buscan la eficiencia y eficacia en la consecución de estos objetivos.
Espacios urbanos y rurales inteligentes
Cuando su planificación y desarrollo se califican como smart (inteligentes), los espacios residenciales urbanos y rurales proveen mayor satisfacción al ciudadano. Las nuevas tecnologías y sus infraestructuras son, pues, relevantes, pero también lo son las capacidades digitales de los residentes. El proceso de eficiencia es, por lo tanto, dual.
Las ciudades inteligentes se centran en la transformación de áreas urbanas densamente pobladas, buscando reducir la contaminación, mejorar la movilidad y el transporte y facilitar la accesibilidad a servicios y al entorno de manera eficiente. En contraste, las “áreas rurales inteligentes” buscan atraer la innovación tecnológica, promoviendo una mayor interacción con la naturaleza y los recursos locales.
En todas las áreas inteligentes, urbanas y rurales, la capacidad tecnológica de los residentes desempeña un papel fundamental en la búsqueda de mayor eficiencia y, por extensión, en la mejora de la calidad de vida.
La conectividad y la accesibilidad a diferentes servicios son esenciales, lo que se alinea con el concepto de la ciudad de 15 minutos. También lo es la facilitación de las relaciones sociales, de forma presencial y no presencial, haciéndolas cercanas en el sentido bidimensional espacio-temporal. Pero, además, hay que priorizar la relación sostenible con el entorno a través del acceso a zonas verdes. Esto resulta clave para la planificación y el desarrollo de los nuevos espacios residenciales, que proporcionan altos niveles de calidad de vida.
En 2023 hemos recuperado los niveles de calidad de vida anteriores a la pandemia y la guerra de Ucrania. El soporte para estas conclusiones podemos aceptarlo desde el análisis continuo de indicadores a partir de encuestas que proporcionan una radiografía sobre perfiles en nuestra sociedad y un modelo matemático como herramienta para determinar los factores clave.
Mayores más satisfechos pero menos felices
El lugar idóneo para residir en términos de satisfacción son las áreas rurales, ya que en estos lugares se suele tener más espacio y cercanía al medio natural. Ahora bien, la felicidad ciudadana en la que se unen la dimensión laboral, la accesibilidad al estado del bienestar (salud, educación, seguridad) y la eficiencia con capacidades tecnológicas hacen que a veces sean preferibles las ciudades inteligentes.
Las capacidades digitales hacen mella en nuestros mayores, que están más satisfechos con la vida, pero son menos felices que las personas jóvenes y de mediana edad.
Por sectores, los trabajadores en educación, sanidad, finanzas y construcción están más satisfechos con su calidad de vida que en el resto de sectores, sobre todo aquellos inactivos, en desempleo o asalariados en comercio.
Los individuos que cuentan con rentas más altas, alto nivel de estudios y capacidades digitales se muestran claramente más felices o con niveles de calidad de vida superiores.
Hacer turismo mejora la calidad de vida
En cuanto al turismo, es un recurso clave que mejora la calidad de vida de los que lo realizan. Entre las diferentes posibilidades, el familiar y cultural, más sostenible, gana muchos adeptos.
En el análisis realizado por el OICV, más de la mitad de los españoles están de acuerdo en que la actividad turística mejora su calidad de vida, y más del 80 % presentan notables resultados de satisfacción con la actividad realizada en este año. Esto es muy relevante, considerando que España es la segunda potencia mundial en dicho sector, tras Estados Unidos.
Nuestra sociedad en la actualidad sigue buscando mejoras en la calidad de vida de sus ciudadanos. No es suficiente garantizar el estado del bienestar. El paradigma de la sostenibilidad impregna este cambio, y la eficiencia se impone a través de las capacidades digitales de los individuos en las relaciones sociales y con el entorno.
Víctor Raúl López Ruiz, Catedrático de Universidad en Economía Aplicada (Econometría), Universidad de Castilla-La Mancha; Domingo Nevado Peña, Catedrático de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Castilla-La Mancha; José Luis Alfaro Navarro, Catedrático de Universidad en Economía Aplicada (Estadística), Universidad de Castilla-La Mancha y Nuria Huete Alcocer, Profesora Contratada Doctora, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.