Christian Gortazar, Universidad de Castilla-La Mancha; José de la Fuente, Universidad de Castilla-La Mancha y Jose Julián Garde López-Brea, Universidad de Castilla-La Mancha
A pesar de su apariencia seria y técnica, algunos documentos que circulan por las redes, y muchos informes elaborados para empresas y administraciones, no son ciencia. No lo son porque no han utilizado el método científico ni pasado filtros de calidad independientes. Eso es pseudociencia. En otros casos, el artículo ha pasado algunos filtros, pero carece de calidad: eso es mala ciencia. ¿Cómo podemos distinguir unas de otras?
Numerosos filtros de calidad
El método científico es un proceso de experimentación que se utiliza para explorar observaciones y responder preguntas. El objetivo es descubrir relaciones de causa y efecto. Para ello se reúnen y examinan las evidencias y se estudia si toda la información disponible se puede combinar en una respuesta lógica.
El paso final del proceso científico consiste en comunicar los resultados. Estos suelen hacerse públicos primero en congresos, con un póster o comunicación oral. Los congresos serios cuentan con comités científicos que seleccionan los mejores para su presentación, y rechazan otros si la calidad es insuficiente.
Por último se envía el trabajo para su publicación en una revista científica con evaluación por pares. Esta consiste en que el editor encargado y dos o más revisores expertos independientes lean el trabajo y juzguen su calidad, originalidad y rigor. Si el trabajo pasa los filtros, será publicado y sus resultados serán utilizados, criticados y citados por otros. Así pasarán a formar parte del conocimiento científico.
¿Cómo valorar la calidad de la ciencia?
Hay científicos, grupos y centros de investigación buenos y malos. También congresos y revistas científicas mejores y peores. ¿Cómo valorar la calidad de la ciencia que hacen?
Fijarse solo en el número de artículos es un error, es mejor medir el impacto de los trabajos. Una forma de hacerlo es ver el uso que hace de ellos el resto de la comunidad científica. En otras palabras, analizar cuántas veces es citado por otros trabajos. Para ello, un indicador muy utilizado, aunque debatido, es el índice de Hirsch o índice H.
También se puede estudiar la calidad de las revistas en las que se publican los trabajos, ya que las de mejor nivel son también las que tienen mayor competencia para publicar. Esto se mide con los índices de impacto y de uso, que las revistas suelen anunciar en sus páginas web.
Lo ideal es mirar más allá de los índices y considerar el impacto práctico de las investigaciones. Por ejemplo, si han generado patentes y contratos, han dado lugar a la creación de empresas y si han tenido efectos positivos sobre la sociedad en forma de mejoras en la esperanza de vida, productividad y regulaciones.
Pongamos como ejemplo la investigación sobre vacunas. La vacuna contra la tuberculosis BCG, desarrollada a principios del siglo XX por los investigadores Calmette y Guérin del Instituto Pasteur, es todavía la más utilizada del mundo. Hoy todavía salva miles de vidas cada año. Se estima que los 100 millones de dosis administradas anualmente a bebés previenen 41 000 casos de tuberculosis grave en niños. Los resultados se publicaron en 1927 en forma de libro, que cuenta con más de 200 citas por parte de otros científicos.
Una búsqueda en la base de datos de artículos científicos Scopus revela su impacto real: hay 48 000 entradas sobre la vacuna BCG.
Hoy la buena ciencia accede con frecuencia a las mejores revistas, suele ser muy citada y genera impactos más allá del círculo científico. La mala ciencia es la que solo sirve para engordar el currículum: se publica mal y ni es citada, ni genera debate científico, ni tiene mayor impacto en nuestra sociedad.
Pseudociencia y mala ciencia
Los informes y otros documentos no publicados ni siquiera son ciencia, pues no han pasado por una evaluación por pares. Los mejores de ellos contienen artículos científicos evaluados por pares, o terminarán dando lugar a alguno.
Otros, a pesar de ser rigurosos en los aspectos técnicos, no reúnen los requisitos de calidad y novedad que exigen las buenas revistas científicas, pero sirven a quien los encargó.
En el peor de los casos, la información contenida en tales documentos está sesgada a fin de obtener las conclusiones deseadas por su promotor o su autor: parece ciencia, pero es homeopatía. Gonzalo Casino escribe lo siguiente en su artículo Contra la mala ciencia:
“La mala ciencia también tiene sus beneficiarios. Y estos son no solo los científicos mediocres incapaces de hacer ciencia excelente, sino también todos aquellos grupos económicos o profesionales que prefieren los resultados defectuosos o ambiguos de la mala ciencia a los de un buen estudio, porque probablemente éstos no les favorecerían”.
Atención: los buenos científicos también pueden hacer mala ciencia. Por interés, por oportunismo o simplemente porque les convenga disfrazar de ciencia lo que es pura especulación. Dependerá de la ética de cada cual identificar cada texto como lo que realmente es, ciencia u opinión. La ciencia se puede reconocer si se siguen los criterios establecidos para ello. Esa es la que avanza el conocimiento y el desarrollo de la sociedad, y cuya financiación y divulgación debe priorizarse.
Christian Gortazar, Catedrático de Sanidad Animal en el IREC, responsable del grupo SaBio, Universidad de Castilla-La Mancha; José de la Fuente, Profesor de Investigación del CSIC. Biología Molecular y Biotecnología, Universidad de Castilla-La Mancha y Jose Julián Garde López-Brea, Catedrático de Producción Animal, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.